martes, 25 de octubre de 2011

MARTES DE LA XXX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Feria


MARTES DE LA XXX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Feria.- Salmo II

La creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios, la realización del Reino, que va creciendo como un grano de mostaza…



Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,18-25.


Hermanos: Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia.





Salmo 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6.


R. El Señor ha estado grande con nosotros

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía sonar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.


Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.» El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.


Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.


Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.

Evangelio según san Lucas 13,18-21.





En aquel tiempo, decía Jesús: - ¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas. » Y añadió: -¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.»


Salmo II


Desde la eternidad, el Padre engendra al Hijo, y todo el ser de la Segunda Persona de la Trinidad Beatísima consiste en la filiación, en ser Hijo. El hoy del que nos habla el Salmo II significa un siempre continuo, eterno, por el que el Padre da el ser a su Unigénito Cfr. Juan Pablo II, Audiencia general 16-X-1985.

Para que exista una filiación, en el sentido preciso de la palabra, se requiere igualdad de naturaleza Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 32, a. 3 c..

. Por eso, solo Jesucristo es el Unigénito del Padre. En sentido amplio puede decirse que todas las criaturas, especialmente las espirituales, son hijas de Dios, aunque con una filiación muy imperfecta, pues su semejanza con el Creador no es, de ningún modo, identidad de naturaleza.


Sin embargo, con el Bautismo se produjo en nuestra alma una regeneración, un nuevo nacimiento, una elevación sobrenatural, que nos hizo partícipes de la naturaleza divina. Esta elevación sobrenatural dio origen a una filiación divina inmensamente superior a la filiación humana propia de cada criatura. San Juan, en el prólogo de su Evangelio, nos enseña que a cuantos le recibieron (a Cristo) dioles poder para ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios Jn 1, 12-13.


«El Hijo de Dios se hizo hombre –explica San Atanasio– para que los hijos del hombre, los hijos de Adán, se hicieran hijos de Dios (...). Él es el Hijo de Dios por naturaleza; nosotros, por gracia» San Atanasio, De Incarnatione contra arrianos, 8.


Ved qué amor nos ha mostrado el Padre -escribe San Juan-, que ha querido que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos 1 Jn 3, 1.


Ahora, como nos dice San Pablo, la creación anhela la manifestación de los hijos de Dios... y sufre toda ella dolores de parto hasta el momento presente. Y no solo ella, sino que nosotros, que poseemos ya las primicias del Espíritu, también gemimos en nuestro interior aguardando la adopción de hijos... Rom 8, 19-23.


El Apóstol se refiere a la plenitud de esa adopción, pues ya aquí en la tierra hemos sido constituidos hijos de Dios, nuestra mayor gloria y el más grande de los títulos: de manera que ya no eres siervo, sino hijo; y como hijo, también heredero Gal 4, 7.


Las palabras que desde la eternidad aplica el Padre a su Unigénito, nos las apropia ahora a nosotros. A cada uno nos dice: Tú eres mi hijo; Yo te he engendrado hoy. Este hoy es nuestra vida terrena, pues Dios nos da cada día este nuevo ser. «Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con Él la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada» San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 185..


Nuestra filiación divina lo es en sentido estricto, aunque nunca será como la filiación de Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios. Para el hombre no puede haber nada más grande, impensable e inalcanzable que esta relación filial Cfr. Mª C. Calzona, Filiación divina y cristiana en el mundo, en La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, EUNSA Pamplona 1987, p. 301.. . De esta «filiación natural –explica Santo Tomás– se deriva a muchos la filiación por cierta semejanza y participación» Santo Tomás, Comentario al Evangelio de San Juan, 1, 8.


Es a partir de esta filiación como entramos en intimidad con la Trinidad Santa, es una verdadera participación de la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En lo que se refiere a nuestra relación con las divinas Personas, puede decirse que somos hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo Cfr. F. Ocáriz, Hijos de Dios en Cristo, EUNSA, Pamplona 1972, p. 98..


. «Mediante la gracia recibida en el Bautismo, el hombre participa en el eterno nacimiento del Hijo a partir del Padre, porque es constituido hijo adoptivo de Dios: hijo en el Hijo» Juan Pablo II, Homilía 23-III-1980..

«Al salir de las aguas de la sagrada fuente, cada cristiano vuelve a escuchar la voz que un día fue oída a orillas del río Jordán: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco (Lc 3, 22); y entiende que ha sido asociado a su Hijo predilecto, llegando a ser hijo adoptivo (Gal4, 4-7) y hermano de Cristo» ídem Exhort. Apost.Christifideles laici, 30-XII-1988, 11.


La filiación divina ha de estar presente en todos los momentos del día, pero se ha de poner especialmente de manifiesto si alguna vez sentimos con más fuerza la dureza de la vida. «Parece que el mundo se te viene encima. A tu alrededor no se vislumbra una salida. Imposible, esta vez, superar las dificultades.


»Pero, ¿me has vuelto a olvidar que Dios es tu Padre?: omnipotente, infinitamente sabio, misericordioso. Él no puede enviarte nada malo. Eso que te preocupa, te conviene, aunque los ojos tuyos de carne estén ahora ciegos.


»Omnia in bonum! ¡Señor, que otra vez y siempre se cumpla tu sapientísima Voluntad!» San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, IX, n. 4.

La filiación divina no es un aspecto más, entre otros, del ser cristianos: de algún modo abarca todos los demás. No es propiamente una virtud que tenga sus actos particulares, sino una condición permanente del bautizado que vive su vocación. La piedad que nace de esta nueva condición del hombre que sigue los pasos de Cristo «es una actitud profunda del alma, que acaba por informar la existencia entera: está presente en todos los pensamientos, en todos los deseos, en todos los afectos» Ídem, Amigos de Dios, 146..


. Si atendemos al designio divino, podemos decir que todos los dones y gracias nos han sido dados para constituirnos en hijos de Dios, en imitadores del Hijo hasta llegar a ser alter Christus, ipse Christus Cfr. ídem Es Cristo que pasa, 96..


Cada vez hemos de parecernos más a Él. Nuestra vida debe reflejar la suya. Por eso, la filiación divina debe ser muy frecuentemente motivo de nuestra oración y de nuestra consideración; así nuestra alma se llenará de paz en medio de las mayores tentaciones o contradicciones, pues viviremos abandonados en las manos de Dios. Un abandono que no nos eximirá del empeño por mejorar, ni de poner todos los medios humanos a nuestro alcance cuando surjan la enfermedad, la penuria económica, la soledad... La vida de los santos, aun en medio de muchas pruebas, estuvo siempre llena de alegría, como debe estar colmada la nuestra.


La filiación divina es también fundamento de la fraternidad cristiana, que está muy por encima del vínculo de solidaridad que existe entre los hombres. En los demás hemos de ver a hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, llamados a un destino sobrenatural. De esta manera nos será fácil prestarles esas pequeñas ayudas diarias que todos necesitamos unos de otros, y, sobre todo, les facilitaremos siempre el camino que lleva al Padre común.


Nuestra Madre Santa María nos enseñará a saborear esas palabras del Salmo II, como dirigidas a cada uno de nosotros: Tú eres mi hijo; Yo te he engendrado hoy.



Comentario: 1.- Rm 8,18-25 (ver domingo 15 A).


Ayer nos decía Pablo que el Espíritu nos hace ser hijos. Pero hoy nos presenta una perspectiva todavía más optimista: nuestra filiación está destinada a una plenitud mucho mayor de la que podríamos imaginar. No sólo nosotros, sino toda la creación, está en una actitud de esperanza gozosa. Según el Apóstol, el cosmos está en gestación, en estado de buena esperanza, preñado de vida. Y cuando dé a luz nosotros seremos hijos en un sentido más pleno: "está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios", "para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios". Porque ahora gemimos, "como con dolores de parto", "aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo".


La imagen de la Iglesia, de la humanidad y hasta de toda la naturaleza cósmica preñadas, con dolores de parto, en espera de alumbrar un mundo nuevo, es una imagen poderosa y atrevida. Lo que ya tenemos ya es bueno y llena de sentido la existencia. Pero "fuimos salvados en esperanza": todavía nos va a dar Dios una vida más gloriosa. Resulta que sólo tenemos "las primicias del Espíritu" y todavía no somos hijos en plenitud, ni estamos totalmente liberados de la esclavitud. Caminamos hacia esa "libertad gloriosa de los hijos de Dios". ¡Qué visión tan dinámica y comprometedora de la vida cristiana! Una visión de marcha y de camino, de crecimiento y maduración, de gestación de una nueva vida. ¿Qué importancia puede tener, en esta perspectiva, que haya algunos momentos de sufrimiento y de prueba? Como dice Pablo, "considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá". Haremos bien en dejarnos contagiar por la alegría del salmo: "la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares: el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres". Esto incluye también al mundo, a la naturaleza creada, llamada a verse un día "liberada de la esclavitud de la corrupción". Pablo nos presenta una unidad de destino entre la humanidad y el cosmos: no es mera yuxtaposición lo que nos une a este mundo, sino que estamos enraizados profundamente en él. También el mundo cósmico está destinado a la salvación, al igual que nosotros estamos llamados a salvarnos, no sólo en nuestro espíritu, sino también en nuestra corporeidad. Al Espíritu le rezamos los cristianos pidiendo "que renueve la faz de la tierra". En la Plegaria Eucarística IV del Misal, al mirar al pasado, damos gracias a Dios porque "hiciste todas las cosas para colmarlas de tus bendiciones y alegrar su multitud con la claridad de tu gloria"; y al mirar al futuro, nos gozamos porque un día, "junto con toda la creación, libre ya del pecado y de la muerte, te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro". Estos gemidos y dolores de parto de que habla Pablo van a tener, por la fuerza del Espíritu, un alumbramiento sorprendente y lleno de alegría. ¿Será la vuelta al paraíso inicial, pero con mayor plenitud?


-Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables a la gloria que se ha de manifestar pronto en nosotros. La «filiación» divina, la maravillosa "adopción de amor" de la que somos objeto no suprime todo sufrimiento en este mundo. Lo mismo que los que no creen, estamos sometidos a toda clase de pruebas. Pero estas pruebas tienen un «sentido»: sabemos que terminarán con la «gloria que se ha de manifestar».


-La creación desea vivamente la revelación de los "hijos de Dios". El mundo está en tensión hacia... Avanza hacia... Tiene un sentido... Espera... «Desea»... Y no se trata de una «espera pasiva»: el hombre tiene un papel en la creación, el de expresar esta «aspiración profunda» y trabajar para que ésta llegue a término. Hacer que avance esta «revelación de los hijos de Dios». Hacer que progresen los hombres en esta dignidad y esa conciencia de ser "hijos de Dios". Hacer que progresen los hombres en la correspondencia de su vida a esa dignidad de «hijos de Dios». ¡Verdaderamente, Señor, todo hombre es tu hijo! ¡Verdad es que nos amas hasta tal punto! Si lo creyera yo de veras ¿no cambiaría completamente mi vida?


-La creación fue sometida al poder de la nada... Expresión sorprendente. La creación «sometida a la vanidad», como decían antaño... «sometida al vacío, al sin sentido, al no-ser»... «sometida a la nada»... Es preciso experimentar ese vértigo del hombre-sin-Dios para comprender mejor lo que sigue.

-Sin embargo ha conservado la esperanza: será liberada de la esclavitud, de la degradación inevitable, para conocer, ella también, la libertad, la gloria de los «hijos de Dios».

La creación, como el hombre, es «hija de Dios, salida de su amor, querida por Dios, concebida por Dios, amorosamente amada por Dios, paternalmente envuelta por los cuidados de Dios». «¡Ser hijo de Dios!» Trato de evocar en mi corazón y en mi experiencia humana, lo que esto puede significar ya en el caso de la paternidad o maternidad humana. «¡Ser tu hijo, Señor!» - vivir contigo, en tu casa, junto a Ti. - recibir de Ti la vida y múltiples cuidados... - heredar de todos los bienes divinos, alegría, amor, eternidad, felicidad infinita... Gracias. Gracias.


-La creación entera gime, pasa por los dolores de parto que duran todavía. Es una expresión bíblica corriente. Jesús la utilizó ya. Concepción extremadamente realista del universo. No hay que taparse los ojos. El universo y la humanidad no permanecen en un estado de fácil euforia: sufrimientos, gritos, injusticias, desgracias, enfermedades, opresiones, pecados, muerte. Pues bien, todo esto no es, para Dios un «sufrimiento de agonía»... ¡que termina en la muerte! es «sufrimiento de parto»... ¡que lleva a la vida!


-Hemos recibido las primicias del Espíritu Santo, pero esperamos nuestra adopción y la liberación de nuestro cuerpo. Pues hemos sido salvados, pero en esperanza... pero esperar lo que no vemos es esperar con perseverancia. Optimismo fundamental, apoyado no sobre una observación científica del cosmos ni sobre una reflexión filosófica que busca el sentido del futuro del mundo... sino sobre la Fe y la Esperanza. No hay aquí un desprecio de las ciencias ni de la filosofía, sino la afirmación de la Fe: la esperanza es una «superación» del mundo visible verificable... un punto de apoyo en Dios solo. «Esperamos nuestra adopción definitiva» (Noel Quesson).



2.


Se exhorta a los que han vuelto de la cautividad a que sean agradecidos (vv 1-3), se ora por los que todavía quedan en cautividad (v 4) y se les da ánimos (vv 5-6). Cuando los israelitas estaban cautivos en Babilonia, sus arpas colgaban de los sauces, pero ahora que Yahwé ha cambiado la suerte de Sión (v 1), vuelven a tomar sus arpas. La Providencia toca para ellos, y bailan. El deseo prolongado del favor de Dios endulza grandemente su regreso. Les parece un sueño (v 1b), algo irreal, extraordinario, no esperado. Ciro, por razones de estado, proclamó libertad a los cautivos de Dios, pero fue Yahwé quien hizo grandes cosas con ellos (vv 2, 3). Están alegres (v 3b); más aún, su boca está llena de risa (comp. con Job 8,21), y su lengua está llena de cánticos de alabanza a Dios por la salvación que ha llevado a cabo para ellos. Toma nota el salmista de la impresión que este suceso produjo entre las naciones (v 2c): «Yahwé, el Dios de Israel, ha hecho grandes cosas con éstos» (v 2d), afirmación que los propios israelitas repiten (v 3). Los gentiles eran espectadores y hablaban de ello como se habla de las noticias de última hora, pues no tomaban parte en el asunto; pero el pueblo de Dios hablaba como actores que participan en él. Así de consolador resulta para nosotros hablar de la redención que Cristo llevó a cabo por nosotros, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga 2,20).


Los vv 4-6 miran hacia delante, a los favores que todavía necesitaban. Los que habían vuelto del cautiverio estaban todavía en apuros, en su propio país (Neh. 1,3), y quedaban aún muchos en Babilonia: «Restaura nuestra suerte», dicen (v 4). Como diciendo: «Haz que quienes han regresado a su país se vean libres de las cargas que todavía pesan sobre ellos, y haz que quienes quedan aún en Babilonia se sientan estimulados, como nosotros, a aprovecharse del beneficio de la libertad que se nos ha concedido.» Los favores primeros nos animan a orar para que se complete la obra comenzada. Todos los hijos de Dios deben consolarse con esta confianza: Que sus lágrimas terminarán ciertamente en una cosecha de gozo (vv 5.6). El llanto no ha de impedir la siembra; hemos de esmerarnos en obrar bien, incluso cuando lo estamos pasando mal. Así como el terreno es preparado por la lluvia para recibir la semilla, así se prepara muchas veces el alma por medio de lágrimas para recibir bendiciones. Hay lágrimas que son semillas que nosotros mismos debemos sembrar: Las lágrimas de dolor por el pecado, propio y ajeno; las lágrimas de simpatía por los hermanos que están afligidos o perseguidos; las de ternura en la oración y en la meditación de la palabra de Dios. Job, José, David, y muchos otros, tuvieron cosecha de gozo tras la siembra de lágrimas. Quienes siembran con lágrimas de santa contrición, cosecharán con el gozo de un perdón completo y de una paz asegurada (www.adorador.com).



3.- Lc 13,18-21.


Dos breves comparaciones le sirven a Jesús para explicarnos cómo actúa el Reino de Dios en este mundo: el grano de mostaza que sembró un hombre y la levadura con la que una mujer quiso fabricar pan para su familia. La semilla de la mostaza, aunque aquí no lo recuerde Lucas, es en verdad pequeñísima. Y, sin embargo, tiene una fuerza interior que la llevará a ser un arbusto de los más altos. Un poco de levadura es capaz de transformar tres medidas de harina, haciéndola fermentar.


A nosotros nos suelen gustar las cosas espectaculares, solemnes y, a ser posible, rápidas. No es ése el estilo de Dios. ¡Cuántas veces, tanto en el AT como en el NT y en la historia de la Iglesia, Dios se sirve de medios que humanamente parecen insignificantes, pero consigue frutos muy notables! La Iglesia empezó en Israel, pueblo pequeño en el concierto político de su tiempo, animada por unos apóstoles que eran personas muy sencillas, en medio de persecuciones que parecía que iban a ahogar la iniciativa. Pero, como el grano de mostaza y como la pequeña porción de levadura, la fe cristiana fue transformando a todo el mundo conocido y creció hasta ser un árbol en el que anidan generaciones y generaciones de creyentes. Así crecen las iniciativas de Dios. Esa es la fuerza expansiva que posee su Palabra, como la que ha dado en el orden cósmico a la humilde semilla que se entierra y muere. Estas palabras de Jesús corrigen nuestras perspectivas. Nos enseñan a tener paciencia y a no precipitarnos, a recordar que Dios tiene predilección por los humildes y sencillos, y no por los que humanamente son aplaudidos por su eficacia. Su Reino -su Palabra, su evangelio, su gracia- actúa, también hoy, humildemente, desde dentro, vivificado por el Espíritu. No nos dejemos desalentar por las apariencias de fracaso o de lentitud: la Iglesia sigue creciendo con la fuerza de Dios. En silencio. Un árbol seco que cae estrepitosamente hace mucho ruido, y puede provocar un escándalo en la Iglesia. Fijémonos más bien en tantos y tantos árboles que, silenciosamente, viven y están creciendo. Abunda más el bien que el mal, aunque éste se vea más. Lo que sí tenemos que cuidar es el no caer nosotros mismos en la pereza y en el conformismo. Estamos destinados a crecer y a producir fruto, a ser levadura en el ambiente en que vivimos, ayudando a este mundo a transformarse en un cielo nuevo y en una tierra nueva (J. Aldazábal).


Se trata de un extracto del discurso en parábolas del Señor acerca del reino de Dios. Igual que Mt 13,31-33, Lucas aporta dos parábolas que presentan un marcado paralelismo: la parábola del grano de mostaza y la de la levadura.


a) Esta función permite comprender la perspectiva en que se sitúan los evangelistas: quieren subrayar claramente que el signo de Dios crece en extensión (el grano de mostaza sobre el que vienen a anidar los pájaros) y en intensidad (la levadura en la masa).

b) Las parábolas, sin embargo, no se fijan en el crecimiento, sino sobre todo en el estadio final: el árbol que cobija las aves y la masa fermentada, que es lo que les da un valor escatológico. La abundancia escatológica se manifiesta en lo exagerado de ciertos aspectos: el mostacero no puede llegar a ser un árbol grande, ni ninguna mujer puede llegar a amasar tres medidas de harina. Además, el árbol es una imagen clásica (Dan 4; Ez 17, 22-24; 31, 3-9) de un reinado que ha llegado a su apoteosis.


c) Tal vez las dos parábolas sirven para animar al pequeño rebaño que rodea a Cristo: lo caduco de sus medios no es una razón para que el signo de Dios no pueda ser inaugurado. San Lucas, como, por otra parte, los demás evangelistas y San Pablo, se admira cuando describe las riquezas de las que participan los cristianos o cuando evoca el poder de los que participan los cristianos o cuando evoca el poder del Espíritu que actúa en las comunidades cristianas o en la acción evangelizadora. Los primeros cristianos tienen conciencia de ser hombres colmados de toda suerte de bendiciones. Pero es necesario examinar cuidadosamente de qué naturaleza es esta abundancia mesiánica. La saciedad que produce no tiene nada que ver con la satisfacción de los ricos; antes bien, es fuente de responsabilidad, es una riqueza que se ofrece a hombres libres, llamados a ajustarse a ella apoyándose en Jesucristo. La abundancia del Reino es un don totalmente gratuito de Dios; pero no se puede recibir sin hacer nada. Exige una tarea que hay que cumplir y se realiza en un proceso de crecimiento. Decir que participamos de la abundancia es afirmar que todo se cumplió en Jesucristo resucitado, pero al mismo tiempo es afirmar que todo está por cumplir. El Reino escatológico es una obra por hacer, un edificio por construir, un proyecto de catolicidad que se ha de realizar progresivamente. Además, el dogma fundamental de este crecimiento en y hacia la abundancia es, paradójicamente, una ley de pobreza. San Pablo es el primero en insistir en el contraste entre la riqueza que posee y la pobreza que se le ofrece. El Cuerpo de Cristo crece mediante nuestra debilidad y, a veces, bajo las apariencias del fracaso. De todas formas lo esencial de esta obra es invisible para nuestros ojos. El proyecto de catolicidad se realiza bajo el signo de la "semilla" y de la "levadura". El verdadero crecimiento no se ve. Si se mira externamente el crecimiento de la Iglesia, el hombre puede concluir que es un fracaso. Pero el verdadero fracaso sería que la Iglesia reaccionara como una potencia de este mundo y que la eficacia con la que sueñan los cristianos tomara las normas y recursos de este mundo. Finalmente, la abundancia del Reino y el crecimiento activo que suscita constituye la fuente última de un crecimiento de valores humanos conforme al Evangelio. Aquí abajo hay una "abundancia" real que merece la pena ser buscada por el hombre: la fraternidad entre los hombres. La conquista de toda otra riqueza debe estar subordinada a la búsqueda de esta paz (Maertens-Frisque).


-Jesús decía "¿A qué se parece el reino de Dios? ¿Con qué lo compararé?" Jesús era muy consciente que el Reino de Dios es un "reino escondido". "Mi Reino no es de este mundo..." Incluso para hablar de él, es preciso buscar comparaciones y proceder por alusiones. Antes de abordar esas "comparaciones" recordemos algunas fórmulas empleadas por Jesús y citadas por san Lucas: - "Debo anunciar la "buena nueva" del Reino de Dios" (4,43). - "Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios" (6,20). - "El más pequeño en el Reino de Dios es mayor que Juan Bautista" (7,28). - "A vosotros es dado conocer los misterios del Reino de Dios" (8,10). - "Jesús envió a los Doce a proclamar el Reino de Dios" (9,2). - "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios" (9,62). - "El Reino de Dios está cerca" (10,9-11). - "Padre, venga a nosotros tu Reino" (11,2). - "Buscad el Reino de Dios, y eso se os dará por añadidura" (12,31). - "El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Sabedlo, ya está entre vosotros el Reino de Dios" (17,21). - "Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios" (14,15). - "Los niños, y de los que son como éstos es el Reino" (18,16). - "Es mas difícil a un rico entrar en el Reino de Dios” (18,25). - "Nadie que haya dejado casa, mujer... por el Reino de Dios, quedará sin recibir el céntuplo" (18,29). - "Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino" (23,42).


-El reino se parece al grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta. Creció; se hizo un árbol. El Reino de Dios, es pues un "crecimiento"... algo que "brota"; ese crecimiento es incoercible: no se puede parar porque es la potencia misma de la vida. ¿Me imagino yo quizá el Reino de Dios como algo acabado estático? o bien, ¿creo que, efectivamente, la obra de Dios crece "a la manera" de un árbol vivo? ¿Es ésta mi visión de la Iglesia? Mi vida espiritual, ¿está en expansión, o en regresión? ¿Dios reina siempre más y más en mí? ¿Qué voy a hacer para que el Reino de Dios crezca, en el día de hoy? La vista no ve crecer un árbol: su crecimiento es imperceptible; de tal manera que todos los días podemos pasar junto a un árbol sin notar que está creciendo. El Reino de Dios crece, sin que muchos se den cuenta de ello. Sólo la Fe nos abre a ese reconocimiento.



-El reino se parece a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que toda la pasta acabó por fermentar. Esta comparación tiene también en cuenta la potencia de transformación del fermento vivo y su invisibilidad: los comienzos son modestos e ínfimos, pero el resultado final es sorprendente. Cada ama de casa cocía el pan cada mañana. La víspera por la tarde preparaba la pasta; agua, un puñado de levadura todo mezclado con unos treinta Kgs. de harina... Durante la noche la mezcla "fermentaba" y a la mañana estaba a punto de ser metida en el horno. Así es de potente la acción de Dios: pero se ve poco… (Noel Quesson).

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